Una de las cosas que da la edad, esto de hacerse mayor, o si quieres «viejuna», es la experiencia.
Una de las cosas que tiene que a una le hayan pasado veinte mil putadillas, es que al final, se queda con el aprendizaje, o al menos, eso he intentado.
Una de las cosas que tiene el haber sufrido y el haber escuchado palabras que eran dichas con amor, y sin embargo, muy poco acertadas, es que, desde la empatía, uno o en este caso una, ya que hablo de mí, es que, he aprendido a callar.
Hace algunos años, iba a decir muchos (pero quizá para los protagonistas de este triste suceso haya sido ayer) …a lo que iba; hace un tiempo, el hijo de unos amigos murió muy chiquitito, con apenas cinco años. Esa fue la primera reflexión a un nivel superprofundo que hice. Me plantaba cada día que iba a verles e incluso en el funeral: «¿Qué les digo?, ¿Qué les digo que no les haga sufrir más? ¿Qué es lo correcto?». Esa era mi gran preocupación, quería evitar por todos los medios hacer algún comentario desafortunado.
No se me ocurría nada. Así que no decía nada. Sólo estaba, si la situación se daba, o escuchaba, o abrazaba o miraba. Nada más. Como mucho, todavía lo recuerdo y se me llenan los ojos de lágrimas, decía:
«No sé que decir, perdonadme. Sólo me sale decir que lo siento muchísimo».
Esto marcó un antes y un después y creo que pasé de la empatía al uso, esa que quizá nos impulsa a decir lo primero que se nos pasa por la cabeza, a otra un poco más silenciosa. Con más respeto, desde mi punto de vista.
Mi segundo aprendizaje fue cuando comencé a colaborar en una clínica de adicciones. Como es lógico, me recalcaron la importancia, sobre todo al principio, de «ver, oír y callar», porque dadas las circunstancias de los pacientes, sin querer, desde la ignorancia, o desde el ego o desde lo que sea, se podía hacer muchísimo daño a los pacientes, algunos (la mayoría, con algún tipo de trastorno mental debido al consumo). Es decir, «sólo» escuchar. Lo pongo entre comillas porque parece que en ocasiones resulta complejo mantener el silencio.
Tercer aprendizaje (hablo de los más fuertes). Cuando estaba en los procesos de fertilidad, o mejor dicho, infertilidad, un montón de personas, vuelvo a repetir, desde el amor, desde el cariño, igual. Venga a hacer comentarios que, sinceramente, no sé ni cómo describir cómo me sentía. Bueno, sí sé, pero no lo haré porque no quiero que nadie se sienta mal, sé que era con buena intención.
En fin, lo que quiero decir, es que en la vida, se nos dan situaciones en las que nos cuentan cosas y, seguramente, no sabemos bien que decir. Pues te invito a que no digas nada. Si no sabes, si no tienes bien claro que lo que vas a decir va a producir un poco de aliento, no digas nada.
Otra recomendación: evita el «tienes que…», «deberías…». Es muy frustrante. Mejor «dar permiso» a que cada uno conecte con su dolor. Más que eso, es necesario hacerlo. Se trata de respeto.
La mayoría de las veces, lo que necesitamos es que nos escuchen, nada más.
No hay que tener miedo al silencio, yo creo, es un gran aliado, tanto en tu relación con los demás como en la tuya contigo. Para mí, ahí está la llave, la llave que abre la puerta, en escuchar qué pasa con nosotros.
He dado un cambio a mi web, una imagen nueva quizá más personal (todavía). Quise darle un poco más de «frescura», os paso el enlace por si os apetece echar un ojo.
No lo olvides: Si me necesitas, silba.
Gracias por leerme, un abrazote.
Ana
Reblogueó esto en VARIETIES !y comentado:
Me gusta prima !
A mí me gustas tú, 😉
Es verdad, al menos yo hablo por mi experiencia. La edad no sólo resta, suma un montón de cosas, de habilidades, nuestros valores cambian. En fin, siempre intentando aprender.
A mí me gustas tú, 😉
Gracias por tus palabras y por rebloguear.
¡Besos!
Ana, brillante, como siempre…
Yo también estoy en modo silencio, por eso no te llamo. Pienso que ahora mismo no te puedo trasmitir nada bueno.
No dejes de escribir.
Gracias por tus palabras de cariño, como siempre…
Bueno, yo creo que a veces es necesario el silencio, por eso lo respeto. Hablaremos cuando se dé la ocasión.
Besos y «si me necesitas, silba». 😉