A veces me preguntan que cómo he llegado dónde estoy, refiriéndose a mi estado de mental.Sobre todo personas que conocen bien mi historia. Y yo contesto (al puro estilo coaching):
«Y para ti, ¿dónde estoy?».
Me contestan de todo, pero sobre todo, se refieren al estado de «rutinariamente feliz» en el que pasan mis días, en el que fluyo conmigo misma, con mi vida.
Pues bien, la respuesta es variada.
Por una lado diría que llorando, sufriendo a tope, cayéndome y haciéndome mucho daño, rasgando mi alma, haciéndome heridas que se convierten en cicatrices que luego miro y valoro.
Equivocándome. Asumiendo. Responsabilizándome. Quitándome el rol de víctima. Relativizando. Activándome. Haciendo cosas. Esforzándome. Frustrándome. Valorándome (sin pasarme). Equivocándome. Aprendiendo. Atreviéndome.
Cuando algunas personas, que me conocen bien desde hace muchos años, me dicen que menudo cambio, yo siempre contesto lo mismo:
«No ha sido gratuito, no ha caído del cielo. He pagado mis facturas».
Siento, y lo digo con la más absoluta sinceridad y humildad, que le debo mucho a la vida, a mis amigos, a mi familia, a Javi, y a todas las personas que han confiado en mí. Me refiero tanto a personas con las que he trabajado, como con las que he colaborado, me refiero a esos grandes profesionales de los que aprendo y de los que me siento superorgullosa. También hablo de la cajera del súper, y de aquel rumano que se pudo volver a su país con su familia (vivía en la calle).
Pero todo esto, no habría sido posible sin el coaching. Para mí, el punto de inflexión que me hizo dar un giro de 180 grados, fue el coaching. Lloré como una niña pequeña al ver qué cosas más feas había dentro de mí, producto de tantas y tantas cosas por las que sufrí, y que no viene hoy al caso.
Me quité el cartel luminoso de:
«Soy una infeliz». «Todo me pasa a mí». «Qué mala suerte tengo». «Mi vida siempre será una mierda»;
y los sustituí por este:
«Asumo que gran parte de lo que me ha pasado es mi responsabilidad». «Hay cosas que ya es complejo que puedan darse, lo asumo». «Mi vida puede ser maravillosa si hago cosas». «No soy víctima de la mala suerte, yo soy responsable de mis actos».
Esto, que a priori puede sonar sencillo, para mí fue un duro proceso. Como he comentado, había partes de mí que quería cambiar a toda costa. Sabía que me alejaban de algunas personas. Sabía que me alejaban de mí. Sabía que me alejaban de la felicidad, y más que de la felicidad, de la paz interior.
¿Os acordáis de Caótica Ana? Una película del año 2007 de Julio Medem. Pues yo me sentía así. Caos.
Ahora, y sin ningún ánimo de ir de algo que no soy, me siento feliz conmigo misma, me he perdonado, he pedido perdón y también he perdonado.
Ya no me siento culpable, sino responsable.
Ya no me siento víctima, sino responsable también.
Desde el momento que decidimos qué queremos hacer, cómo queremos ser, tomamos conciencia, nos damos cuenta, y hacemos que las cosas ocurran sin que se den por ciencia infusa, empiezan a pasarnos eso que en principio creemos que es magia. Se llama esfuerzo.
No esperes que nadie te diga cómo tienes que ser, hacia dónde has de dirigirte, cómo vas a encontrar tu felicidad (nadie mejor que tú lo sabe).
No te creas nada de lo que te digan en charlas o conferencias, incluso mías, sobre todo las mías. Lo que a mí me vale, quizás a ti no, o sólo en un porcentaje. Al que está a tu lado, no sé, habría que preguntarle. De lo que escuches, quédate solo con lo que tu corazón se sienta cómodo.
Coge todo con pinzas, cuestiónate, mira hacia tu interior, llora, haz limpieza general (a tu modo, con tus tiempos, respetando cada emoción que vaya aflorando.
Mi opinión (tampoco tienes por qué creértela) es que para ser feliz es necesario este proceso de introspección, que te conducirá (si tienes valor) al autoconomiento.
Como dice la imagen:
«Conviértete en lo que sabes que eres».
Muchísimas gracias por leerme, por estar en mi vida. Gracias a toda la gente que me acompaña en el camino. Gracias a esas personas maravillosas que he conocido gracias a este blog y a otras RRSS, aprendo un montón de todos y cada uno de vosotros.
Recuerda: «Si me necesitas, silba. ¿Sabes silbar?».