¿Quién no ha sufrido alguna vez en la vida?
Quizás por una pérdida, del tipo que sea, de un familiar querido que se va para siempre, de alguien a quien queremos y se va para un tiempo (no sabemos cuánto). Puede tratarse de alguien importante en nuestra vida, y sabemos de antemano que aunque su corazón lata, será complicado que volvamos a coincidir.
Puede ser que perdamos un trabajo, y todo lo que eso implica.
Tal vez sea un sufrimiento por algo que sucede en el mundo, y no sería raro, porque desde luego, motivos hay.
En fin, a lo que voy:
el sufrimiento está ahí, a veces cerca y a veces lejos, a veces con una mucha intensidad y otras con menos.
La pregunta que yo planteo es la siguiente:
¿Qué haces tú con ese sufrimiento? ¿Con qué te quedas? ¿Qué aprendes de esa situación que te duele?
Hace poco, demasiado poco, a mí me ha pasado algo. Doloroso, vaya. Me quiero quedar con cosas, he decidido que voy a aprender, voy a sacar algo a ese ciclo que cierro y darle la bienvenida al nuevo que se abre, con bastante tristeza que poco a poco iré yéndose.
Como soy humana, paso por las etapas del duelo como la mayoría de las personas, y por el camino, me hago preguntas. Por ejemplo:
¿qué podría haber hecho mejor? y sobre todo, ¿Qué puedo hacer mejor?
Me estoy trabajando el perdón, el perdón del alma, no ese que perdona y que no olvida, no. Perdón de verdad, de ese que es capaz de mirar con amor, ese que puede, desde la comprensión y la empatía más bella, sentir y entender cosas. Ese que duele, porque pienso que ya lo podía haber hecho antes. Duele pero cambia, así que lo acepto. Me acepto y cambio. Lloro y cambio.
Me «gustan» las situaciones tristes, porque creo que ayudan a conectar con uno mismo. Es duro, lo sé, por eso algunas personas prefieren no hacerlo. Yo no, y sinceramente, te invito a que lo hagas, nunca mejor dicho: va a merecer la pena.
«Te perdono, y tú, ¿me perdonas a mí?»
Yo me quedo con lo bueno, afortunadamente, la memoria selectiva está presente, y gracias a ella, sólo me vienen recuerdos bonitos.
Cuando sentimos dolor, es más que bueno tocar fondo, yo creo, y posteriormente, con los ojos bien abiertos, flexionar nuestras piernas y empujar, coger impulso, nadar hacia la superficie y mirar hacia nuestro interior para poder evolucionar, con valor y humildad. Yo decido tomarme mi tiempo, he aprendido que las prisas no son buenas, y tampoco quedarme estancada sin ningún tipo de avance. Tú decides.
Si no le sacamos algo por motu proprio el dolor en sí no aporta, no suma ni multiplica, que al menos es lo que a mí me interesa, sino que resta o divide. Renuncio a ser una víctima.
Otra cosa que estoy aprendiendo, una vez más, es la importancia de que se acepten responsabilidades para poder empezar el cambio desde nosotros. Veo a mi alrededor personas que quieren que por arte de magia haya situaciones que pasen de complejas a sencillas así, de repente. Pues no, eso no suele suceder. A veces, la mayoría de las veces, hay que (una vez más) hacer un proceso introspectivo y ver qué parte de lo que nos ocurre es nuestra responsabilidad. Reflexionar y pensar que si una estrategia no nos funciona, podríamos empezar a cambiarla, y voy más allá:
quieres que tu mundo cambie, pues cambia tú. Ya verás como las cosas también empiezan a suceder a tu alrededor. Paciencia, eso sí, repito que la magia no existe.
Es un topicazo, de esos que tan poco uso porque me gustan lo justo nada más: nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. En serio, recuérdalo.
Tal y como decía al principio, le abro la puerta al dolor, para ver de qué modo me puede ayudar a evolucionar, a ser mejor persona, a practicar el perdón del bueno, de ese que olvida. En esas estoy, aprendiendo lecciones.
Un fuerte abrazo, gracias por leerme.
Sigo por Madrid, así es que ya sabes: si me «necesitas», silba.